Más alla del pasado

La memoria es el goteo del agua sobre la roca. Horada su superficie y penetra hasta el último rincón de la piedra. Es imperdonable al olvido, subyace en nuestro inconsciente, aterra, incomoda, y busca la salida como el superviviente en el proceloso mar de la vida. Es el salvoconducto de los fuertes, y el espectro de los débiles; el suspiro de poetas, y la tenaza canalla del mediocre. La memoria cura la sensibilidad herida y sostiene el mástil equilibrando el barco del infortunio; la hiedra que asfixia serpenteando el muro, y la ola que languidece sobre la arena.

La memoria no es un lastre sino la combustión de un motor en marcha. El apetito que sufraga a espíritus visibles únicamente a nuestros ojos; la gravidez del ser que permanece a nuestro lado; el impulso de la herencia hacia pretéritas cumbres, y el soplo gélido de fantasmas que acompañan a la tristeza en nuestras horas más sombrías. El sueño de la memoria nos golpea en el despertar de la noche cuando la llama de una luz alumbra con el fulgor del relámpago difuso y fantasmal. No se marchita ante el honor contrariado; sustenta el orgullo, se nutre de la soberbia, y sigue incansable los consejos del patriarca sigiloso y ausente.
Los fantasmas de la memoria no nos necesitan tanto como necesitamos nosotros de su presencia. No escatiman esfuerzo y nos indican el camino: las cartas de navegación que conservamos como el único tesoro rescatado de la infancia. Del mar en tempestad de espíritu, surge el ayer adolescente cuando aún el sol luchaba por salir del horizonte de peces vivos, dorados, como la misma brisa empujando la barca a rebosar de espuma. La memoria es el anzuelo que tira del cebo hacia la boca del recuerdo. La luz meridiana del amanecer y esa fuerza interior que nunca olvidamos cuando el cubo de la vida duele lastimado. Heridos en el orgullo, resistimos, porque la fortaleza consiste en preservar el valor de la enseñanza y porque no podemos pagar el tributo obsceno de la desmemoria.
La memoria no condena, sino redime. Surge como la espada blandiendo con el verbo del vencedor que no es vencido. La memoria no niega, sino que rinde pleitesía a la resistencia del que corre en su huida hacia adelante con valor y arrogancia. No frena su ímpetu, sino que lo impulsa hacia el justo equilibrio de la observación y del análisis. La memoria es la justa herencia del pundonor y la valentía de demostrarlo.
Respiro vehemente el sabor profundo de otra vida, y una serena humedad resplandece por mis ojos. Los fantasmas de la memoria nos rescatan, nos mecen en susurros, y silban nuestro nombre cuando andamos perdidos. Surgen de la tierra que nos hace soñar, y ahora vuelvo a escuchar su sonido: el aire gélido de la noche en mi cara, el temblor de una figura que cruza el umbral, el devenir ambulante de otro ser mientras tecleo las pausas de mi espíritu.
Siento, estoy viva, y una brisa del más Allá susurra quedo junto a mí, pronunciando una mágica palabra: aguarda.

Iyamioya