lunes, 22 de febrero de 2010



Lo que escribo nunca es suficiente.
Lo que hablo siempre es demasiado.
Lo que callo quema como un remordimiento.
Las noches son demasiado cortas
y los días son angustiosamente opacos.
Extraño el mar tanto como una caricia.
Solo observando el mar puedo desplegar las alas
e inundarme de luz de Luna y espuma de amor.
Mar inmortal,
nunca estás lo suficiente.
Estás lejos y a la ves muy cerca,con tu espuma blanca y tu arena caliente,obserbo callada tu inmensidad.....
Volveré.
Solo tú y yo lo sabemos.

La luna llena en el mar...

No hay nada más bello que el reflejo de la luna llena sobre el mar, porque es la fusión de la hermosura de la luna llena y la grandiosidad del mar que lo tiene todo. Es como si la luna llena enamorada del mar, se acercara por la noche para besarlo. La magía de la luna es que solamente un día al mes la luna está totalmente llena (a lo sumo dos días al mes).

Cuando contemplo la luna llena por la noche reflejada sobre el mar, me acuerdo del poema "Instantes" que erróneamente se le atribuye a Jorge Luis Borges.



                                                                         Instantes

                                                                Jorge Luis Borges



Si pudiera vivir nuevamente mi vida.
En la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido, de hecho
tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría
más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido, comería
más helados y menos habas, tendría más problemas
reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente
cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría de tener
solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos;
no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin termómetro,
una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas;
Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres
y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante.
Pero ya tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.

Mujeres asesinadas

No sé qué tiene el hombre que insulta desde su condición animal cuando la bestia sale de su interior. ¿Qué clase de rugido vomita de su caverna y qué sed de mal alimenta su espíritu cuando fluyen demonios incontrolables? Si la sangre que corre por sus venas determina su ADN asesino, la locura nunca es un escape para sus fechorías. Estamos hartos de que nos engañen criminales con falsos suicidios mientras sus ex esposas crían malvas bajo la tierra. Ya es una obcecación que la maldad se convierta en algo permisivo y que la mujer siga siendo la costilla de Eva. Somos el sexo débil por más que nuestro intelecto sobresalga con brillantez y dejemos de ser la piel de un macho posesivo. El estigma de nuestra condición de hembra nos marca con un hierro candente desfigurando cualquier evolución en la cadena humana.

La muerte no escatima víctimas de la violencia de género. Humilla, distorsiona la realidad, machaca, niega la razón del ser que amó, y en su espejismo convierte a la mujer en engendro de corrupción. Su costilla y amada Eva es la víbora que entrega la manzana y pierde el paraíso del esposo cuando pide la separación. Así grita el marido ultrajado, así blande su cuchillo intentando matar su ego: el cuerpo trémulo que arrastra su mujer tras de sí, la maldición de la bestia en su negación. Arde la pasión animal en el hombre-caverna cuando sangra su pareja mártir y cae en el suelo derrotada, cuando sublima la deserción de su fuerza interior y derrota el pequeño resquicio de intimidad maléfica.
. Insulso destino de jóvenes y descerebrados que siembran la semilla del odio mientras recogen tempestades. -Edades tempranas para matar y dolorosas para morir-. 
No hay dolor que se mitigue con el tiempo, ni jardines de flores los suficientemente amplios para albergar tantos espíritus invisibles. Voces de mujeres que sacuden nuestra alma; Evas malditas por la serpiente, cuando vemos que la sangre derramada se sirve gota a gota en la funesta copa de una muerte violenta.

Los fantasmas del pasado

La memoria es el goteo del agua sobre la roca. Horada su superficie y penetra hasta el último rincón de la piedra. Es imperdonable al olvido, subyace en nuestro inconsciente, aterra, incomoda, y busca la salida como el superviviente en el proceloso mar de la vida. Es el salvoconducto de los fuertes, y el espectro de los débiles; el suspiro de poetas, y la tenaza canalla del mediocre. La memoria cura la sensibilidad herida y sostiene el mástil equilibrando el barco del infortunio; la hiedra que asfixia serpenteando el muro, y la ola que languidece sobre la arena.
La memoria no es un lastre sino la combustión de un motor en marcha. El apetito que sufraga a espíritus visibles únicamente a nuestros ojos; la gravidez del ser que permanece a nuestro lado; el impulso de la herencia hacia pretéritas cumbres, y el soplo gélido de fantasmas que acompañan a la tristeza en nuestras horas más sombrías. El sueño de la memoria nos golpea en el despertar de la noche cuando la llama de una luz alumbra con el fulgor del relámpago difuso y fantasmal. No se marchita ante el honor contrariado; sustenta el orgullo, se nutre de la soberbia, y sigue incansable los consejos del patriarca sigiloso y ausente.
Los fantasmas de la memoria no nos necesitan tanto como necesitamos nosotros de su presencia. No escatiman esfuerzo y nos indican el camino: las cartas de navegación que conservamos como el único tesoro rescatado de la infancia. Del mar en tempestad de espíritu, surge el ayer adolescente cuando aún el sol luchaba por salir del horizonte de peces vivos, dorados, como la misma brisa empujando la barca a rebosar de espuma. La memoria es el anzuelo que tira del cebo hacia la boca del recuerdo. La luz meridiana del amanecer y esa fuerza interior que nunca olvidamos cuando el cubo de la vida duele lastimado. Heridos en el orgullo, resistimos, porque la fortaleza consiste en preservar el valor de la enseñanza y porque no podemos pagar el tributo obsceno de la desmemoria.
La memoria no condena, sino redime. Surge como la espada blandiendo con el verbo del vencedor que no es vencido. La memoria no niega, sino que rinde pleitesía a la resistencia del que corre en su huida hacia adelante con valor y arrogancia. No frena su ímpetu, sino que lo impulsa hacia el justo equilibrio de la observación y del análisis. La memoria es la justa herencia del pundonor y la valentía de demostrarlo.
Respiro vehemente el sabor profundo de otra vida, y una serena humedad resplandece por mis ojos. Los fantasmas de la memoria nos rescatan, nos mecen en susurros, y silban nuestro nombre cuando andamos perdidos. Surgen de la tierra que nos hace soñar, y ahora vuelvo a escuchar su sonido: el aire gélido de la noche en mi cara, el temblor de una figura que cruza el umbral, el devenir ambulante de otro ser mientras tecleo las pausas de mi espíritu.
Siento, estoy viva, y una brisa del más Allá susurra quedo junto a mí, pronunciando una mágica palabra: aguarda.