No sé qué tiene el hombre que insulta desde su condición animal cuando la bestia sale de su interior. ¿Qué clase de rugido vomita de su caverna y qué sed de mal alimenta su espíritu cuando fluyen demonios incontrolables? Si la sangre que corre por sus venas determina su ADN asesino, la locura nunca es un escape para sus fechorías. Estamos hartos de que nos engañen criminales con falsos suicidios mientras sus ex esposas crían malvas bajo la tierra. Ya es una obcecación que la maldad se convierta en algo permisivo y que la mujer siga siendo la costilla de Eva. Somos el sexo débil por más que nuestro intelecto sobresalga con brillantez y dejemos de ser la piel de un macho posesivo. El estigma de nuestra condición de hembra nos marca con un hierro candente desfigurando cualquier evolución en la cadena humana.
La muerte no escatima víctimas de la violencia de género. Humilla, distorsiona la realidad, machaca, niega la razón del ser que amó, y en su espejismo convierte a la mujer en engendro de corrupción. Su costilla y amada Eva es la víbora que entrega la manzana y pierde el paraíso del esposo cuando pide la separación. Así grita el marido ultrajado, así blande su cuchillo intentando matar su ego: el cuerpo trémulo que arrastra su mujer tras de sí, la maldición de la bestia en su negación. Arde la pasión animal en el hombre-caverna cuando sangra su pareja mártir y cae en el suelo derrotada, cuando sublima la deserción de su fuerza interior y derrota el pequeño resquicio de intimidad maléfica.
. Insulso destino de jóvenes y descerebrados que siembran la semilla del odio mientras recogen tempestades. -Edades tempranas para matar y dolorosas para morir-.
No hay dolor que se mitigue con el tiempo, ni jardines de flores los suficientemente amplios para albergar tantos espíritus invisibles. Voces de mujeres que sacuden nuestra alma; Evas malditas por la serpiente, cuando vemos que la sangre derramada se sirve gota a gota en la funesta copa de una muerte violenta.
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